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El 23 de marzo de 1808 Madrid fue ocupada por las tropas del general Murat. Unos 50.000 soldados franceses, 10.000 en la capital, 10.000 en los alrededores, y 30.000 más esperando órdenes para actuar. Al día siguiente, por la Puerta de Atocha, se producía la entrada en la ciudad del nuevo rey Fernando VII y su padre, Carlos IV, forzado a abdicar a favor de su hijo. En solo unos días ambos son obligados a acudir a Bayona, para reunirse con Napoleón y ceder la corona española al hermano del emperador, José Bonaparte.
En Madrid el poder real quedó en manos de Murat, quien el 27 de abril solicitó la autorización para el traslado a Bayona de los dos hijos de Carlos IV que aún quedaban en la ciudad: la ex reina de Etruria, la infanta María Luisa y el infante Francisco de Paula.
El lunes 2 de mayo, por la mañana, dos carruajes se dirigieron al Palacio Real con la intención de llevar a Francia a estos últimos miembros de la familia real. Querían hacerlo de la forma más discreta posible para evitar altercados entre la población, pero no pudo ser.
Este día, a primera hora de la mañana, grupos de madrileños comenzaron a concentrarse ante el Palacio Real. Corrían rumores sobre la intención de los franceses de sacar del palacio al infante Francisco de Paula, de 14 años, para llevárselo a Francia.
Hacia las 8.30 de aquel lunes, la infanta María Luisa montó en uno de los coches, abandonando el Palacio Real. Sin embargo, entre los presentes en la plaza se encontraba José Blas Molina, el mismo que participó en el reciente motín del Aranjuez, y aquí también tuvo un papel destacado.
Según parece, se acercó al segundo coche que esperaba al infante y, después de hablar un rato con el cochero, se volvió hacia la multitud y empezó a gritar: “¡Traición! ¡Nos han quitado a nuestro rey y quieren llevarse a todos los miembros de la familia real! ¡Muerte a los franceses!”
La gente empezó a alborotarse, intentando asaltar las puertas del Palacio. Para más tensión, en este momento el infante se asomó a un balcón, provocando la aumentación de agitación en la plaza.
Un grupo de ahí presentes atacó a la patrulla francesa, que contestó, por la orden de Murat, con la intervención de dos piezas de artillería, que dispararon contra la multitud. Esto desencadenó una violenta reacción popular y extensión de la lucha por todo Madrid.
A pesar del intento de los madrileños, concentrados en la Puerta del Sol, a impedir la entrada de las tropas francesas, estos, incluida la Guardia Polaca y el escuadrón de mamelucos, consiguieron llegar y la plaza se convirtió en un campo de batalla.
Mientras en la Puerta de Toledo los ciudadanos levantaron trincheras para no permitir la entrada de los franceses que llegaban desde Carabanchel. No pudieron hacer nada para impedirlo, perdiendo sus vidas en el intento.
Según Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales, “…la irrupción de gente armada viniendo de los barrios bajos era considerable; más por donde vi aparecer después mayor número de hombre y mujeres, y hasta enjambres de chicos y algunos viejos fueron por la plaza Mayor y los portales llamados de Bringas. Hacia la esquina de la calle de Milaneses, frente a la Cava de San Miguel, presencie el primer choque del pueblo con los invasores, porque habiendo aparecido como una veintena de franceses, que acudían a incorporarse a sus regimientos, fueron atacados de improviso por una cuadrilla de mujeres ayudadas por media docena de hombres”
Los madrileños comenzaron así un gran levantamiento espontáneo. Lo que comenzó como intento de impedir la marcha del infante Francisco se convirtió en la lucha contra la invasión y para vengar a los muertos en la plaza de Oriente. Se construyeron partidas de barrio comandadas por caudillos espontáneos, se buscó el aprovisionamiento de armas, ya que en principio solo tenían navajas.
Pero Murat consiguió la entrada a la ciudad del grueso de sus tropas acampadas en las afueras, unos 30.000 hombres. No obstante, la gente siguió luchando durante toda la jornada. Varios cientos de madrileños, hombres y mujeres, así como soldados franceses, murieron en la batalla.
Mientras se desarrollaba la lucha, los militares españoles, siguiendo las órdenes del capitán general Francisco Javier Negrete, seguían pasivos. Solo los artilleros del Parque de Monteleón desobedecieron las órdenes y se unieron a la lucha, con sus capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde a la cabeza y otros militares como el teniente Jacinto Ruiz y los alféreces Juan Van Halen y José de Hezeta. Luis Daoiz y Pedro Velarde serán recordados siempre a las puertas del Congreso de los Diputados. Los dos leones de bronce, junto a la puerta principal, llevan sus nombres.
Juan Van Halen, sin embargo, después de este levantamiento, terminó siendo uno de los oficiales que, cumpliendo la capitulación de Ferrol, reconoció a José Bonaparte como el rey, fue su oficial de órdenes e incluso, más tarde, le acompañó a París para asistir al bautizo del Rey de Roma. También le acompañó cuando José Bonaparte huyó de España.
No podemos olvidar, por supuesto, que Manuela Malasaña Oñoro fue una de las víctimas del levantamiento; su memoria es honrada como una de las heroínas populares de aquella jornada.
Hija del panadero francés Jean Malesange “Malasaña” y su mujer María Oñoro, de profesión bordadora, vivía en la cuarta planta número 18 de la calle de San Andrés, de entonces barrio de Maravillas, ahora de Malasaña.
Hay dos versiones de su muerte, con solo 17 años. Según la primera, Manuela se incorporó a la defensa del Parque de Artillería de Monteleón. Facilitaba pólvora y municiones a su padre, que disparaba contra las tropas francesas, cuando fue alcanzada por un disparo. Según la otra versión, Manuela estuvo en el taller de bordado donde trabajaba por orden de la dueña del taller. Cuando cesaron los disparos al regresar a casa y cruzarse con una patrulla que intentó detenerla para registrarla, para defenderse utilizó las tijeras que llevaba con ella. Acusada de llevar arma, las tijeras, fue ejecutada inmediatamente.
Y es que, según el decreto firmado por Murat la misma tarde de 2 de mayo “…todos los que han sido presos en el alboroto y con las armas en las manos, serán arcabuceados”. El día siguiente, 3 de mayo, muchos de los prisioneros fueron ejecutados.
Detalle a destacar es que incluso los presos de la Cárcel Real pidieron el permiso para salir y ayudar en la lucha, prometiendo regresar después si siguen vivos. Salieron 56 presos y regresaron 51, el último tres días después.
Este levantamiento fue el comienzo de la Guerra de la Independencia.
Como curiosidad quedan las palabras dichas por el propio José I Bonaparte.
“Tengo por enemigo a una nación de doce millones de almas, enfurecida hasta lo indecible. Todo lo que se hizo aquí el dos de mayo fue odioso”.
Información sobre la recreación histórica de 2 de mayo
https://www.revistasiglos.com/la-semana-historica-de-madrid-1-5-de-mayo/