Lisboa, 4 de diciembre de 1711 – Aranjuez, 27 de agosto de 1758
Infanta portuguesa, hija de Juan V de Portugal y María Ana de Austria. Contrajo matrimonio en 1729 en Badajoz con el príncipe Fernando (futuro Fernando VI).
Nombre completo: María Magdalena Bárbara Javier Leonor Teresa Antonia Josefa de Braganza y Habsburgo.
Aunque sus padres se casaron en 1708, durante más de dos años no tuvieron descendencia. Con la esperanza de tener hijos, el rey le hizo una promesa a Dios de que si nacía un heredero al trono, se construiría un gran convento. Al nacer Bárbara, el rey mandó construir el convento de Mafra.
A pesar de que Bárbara nació como presunta heredera del trono portugués, fue reemplazada con el nacimiento de su hermano Pedro, dos años más tarde. Pedro murió a los dos años, pero el infante José, nacido antes de la muerte de Pedro, impidió que Bárbara ascendiera al trono.
La princesa recibió una excelente educación, hablaba francés, alemán e italiano con fluidez y aprendería más tarde también castellano. Era gran amante de las bellas artes, y de la música. Cuando tenía 8 años, su padre contrató como maestre al gran clavecinista Domenico Scarlatti, quien seguiría más tarde con Bárbara en Madrid.
El 10 de enero de 1723, en el palacio de Ribeira, en Lisboa, cuando tenía 12 años, Bárbara fue prometida al infante Fernando, hijo de Felipe V de España, con la intención de mejorar las relaciones entre dos reinos.
Las capitulaciones fueron leídas por el secretario de Estado, Diogo de Mendonça de la Corte Real, en presencia de los monarcas portugueses, la embajada de España y la alta nobleza del reino.
Esta noche hubo grandes fiestas en el palacio, además de bailes, hubo fuegos artificiales en la orilla del río, con la maquinaria pirotécnica creada por Antonio Canevari, arquitecto romano recién llegado a la Corte lusa.
Los festejos se prolongarían hasta el día 13. No obstante, se agrava dramáticamente la salud de Felipe V, incluso llegaría a temerse por su vida. Además de eso, Fernando sufrió viruela en mayo, lo cual introducía más incertidumbre a los enlaces. El acuerdo final entre los reinos de España y Portugal era celebrar un doble matrimonio, casándose también el príncipe heredero de Portugal, José, con Mariana Victoria, hija de Felipe V de su segundo matrimonio con Isabel Farnesio.
La propuesta del doble matrimonio partiría de los monarcas españoles en marzo de 1725, tras el dramático repudio, por la iniciativa del nuevo jefe del Gobierno francés, el Duque de Borbón, de Mariana Victoria, que residía en Versalles desde 1722, destinada a contraer matrimonio con el joven Luis XV. Y el 11 de enero de 1728 finalmente se firmaron los acuerdos prenupciales.
Empiezan los preparativos en las dos Cortes.
Isabel de Farnesio encarga vestidos a París, así como las reglamentarias joyas que ofrecer a la nueva princesa de Asturias, y comienzan los trámites para la constitución de su casa. Por su parte, también la Corte portuguesa se abastece en la capital francesa de todo tipo de aderezos (en un primer momento artículos de viaje, medios de transporte, sillas, mantas de montar, etc.), además del ajuar de la propia Bárbara, creado según la “maior grandeza que se pode imaginar”.
De las decenas de carruajes que se utilizaron para la ocasión, un carruaje, fabricado en Portugal, llamado Coche da Mesa, por tener una mesa removible en su interior, ha sobrevivido hasta hoy y se puede contemplarlo en el Museo Nacional de Carrozas.
A finales del verano, los reyes de España dan a conocer su intención de acompañar a la infanta Mariana Victoria hasta la frontera, lo comunican a Badajoz el 20 de septiembre.
El motivo de esta decisión fue una maniobra de Isabel para alejar a Felipe V de Madrid y así protegerse de sus continuos intentos de abdicación. La decisión que obligaría a los soberanos portugueses a hacer lo mismo.
Isabel de Farnesio anunció el 17 de diciembre la partida de la Corte hacia la frontera portuguesa el 7 de enero del nuevo año 1729.
La corte española hace su entrada en Badajoz el 16 de enero por la puerta de Trinidad, alojándose en el palacio episcopal.
Felipe V comunica al soberano portugués su deseo de proceder al intercambio el 17 de enero. La comitiva portuguesa no estaba preparada para estas urgencias y no le dio tiempo para llegar, por lo cual los españoles deben volver a Badajoz. Finalmente, el intercambio se aplaza hasta el día 19.
La ceremonia tuvo lugar en el medio del río, en un gran puente decorado construido para la ocasión, con varios pabellones en ambas orillas.
José del Campo-Raso en sus Memorias, escribía:
“Entrando todos a un tiempo en el salón dispuesto para este efecto, ambas Casas Reales se cumplimentaron recíprocamente. La conversación duró cerca de tres cuartos de hora, después de la cual se sentaron y firmaron los contratos matrimoniales. Los jóvenes esposos se miraban con suma atención sin decirse palabra alguna… las dos princesas se echaron a los pies de Reyes y Reinas para despedirse de Sus Majestades… La princesa del Brasil volvía a cada instante el rostro bañado en lágrimas a besar las manos de Sus Majestades Católicas. La princesa de Asturias parecía no poder dejar las rodillas del Rey, su padre, y de la Reina, su madre, y este Monarca, como asimismo el rey y reinas de España y Portugal, no pudiendo, no obstante la violencia que se hacían, detener sus lágrimas…”
Las dos familias reales y sus comitivas se encontraron dos veces más, el 23 y el 26, en ambiente ahora de relativa informalidad, antes de despedirse: la portuguesa para el regreso a Lisboa, la castellana rumbo a Sevilla, donde durante cuatro años Isabel de Farnesio lograría aislar a Felipe V de Madrid.
Antes de todas las ceremonias hubo una confusión diplomática relacionada con el tradicional retrato de la novia. La corte española no paraba de insistir en el deseo del príncipe de recibir dicho retrato. Los portugueses no estaban muy interesados en satisfacer este deseo, dado que hacía poco tiempo la infanta pasó la viruela.
Pero tuvieron que ceder. Finalmente, el marqués de los Balbases escribía desde Lisboa a Felipe V: “La cara de la Señora Infanta ha quedado muy maltratada después de unas viruelas, y tanto que afirmase haber dicho su padre que solo sentía hubiese de salir del Reino cosa tan fea…”
Finalmente, el retrato de la Princesa se envía a Madrid, pero el propio Balbases advierte: “no está nada semejante porque además de encubrir las señales de la viruela se han favorecido considerablemente los ojos, la nariz y la boca, facciones harto defectuosas”.
Según los testimonios, cuando el infante Fernando vio a su novia la primera vez, le resultó tan poco atractiva que quiso renunciar al compromiso. Pero finalmente obedeció y con el tiempo su antipatía inicial se convirtió en profundo afecto por su esposa.
Hay que tener en cuenta que Fernando perdió a su madre cuando apenas tenía cinco meses y en solo dos meses su padre, Felipe V, se casó con Isabel de Farnesio, por lo cual el príncipe creció con una enorme falta de amor y cariño. Sentimientos con los que Bárbara, una mujer muy sensible, generosa y amable, supo llenar su vida.
Tampoco el príncipe Fernando sobresalía por su aspecto. De estatura mediana, tirando a bajo, más bien robusto, tenía una personalidad poco brillante y era exageradamente tímido.
Después de la boda el 19 de enero en un lujoso escenario sobre el río, al día siguiente el cardenal Borja confirmaba la ceremonia en la Catedral de Badajoz. El novio tenía 15 años y la novia 18.
Se hallaba la corte en Badajoz, cuando se anunció que Felipe V y la familia real, en lugar de regresar a Madrid, marcharían hacia Sevilla. Para los recién casados príncipes de Asturias, su nueva vida en los alcázares sevillanos representaba una grata novedad. Las fiestas y diversiones eran continuas, se organizaban grandes partidas de caza, y se distraían pescando y paseando en góndola por el río Guadalquivir. En mayo de 1733 la familia real regresó a Madrid.
Bárbara y Fernando pasarían 17 años como príncipes herederos, antes de ascender al trono en 1746. Durante este periodo tuvieron que enfrentarse a la enemistad de la reina Isabel de Farnesio, que quiso mantener a su hijastro lejos de la corte.
En 1733 se aprobaron las reglas de conducta del príncipe heredero. Don Fernando y doña Bárbara podrían ser visitados cada uno por solo cuatro personas, cuyo nombre y cargo se indicó. No podían recibir embajadas de Francia y Portugal, etc.
Bárbara y Fernando se habían enamorado rápidamente. En 1733, ella se quedó embarazada, pero dio a luz a un hijo muerto y ya no tuvo más hijos.
El aislamiento en que los dejó Isabel de Farnesio les unió profundamente.
En julio de 1746, tras la muerte de Felipe V, Fernando asciende al trono y Bárbara se convierte en la reina consorte de España. Entonces tenía 34 años y su esposo 32.
Incluso entonces, Isabel organizó una campaña de desprestigio ante el pueblo a unos monarcas incapaces de engendrar descendencia a los que había que eclipsar para dejar el camino a su hijo, el futuro rey Carlos III.
El carácter inseguro y la inexperiencia de Fernando VI ante los asuntos de gobierno y la complicidad entre ambos, reafirmaron la confianza del rey en su esposa, implicándola en los asuntos del reino y participando en los despachos con los ministros.
Su sentido común y buen criterio en la elección de los ministros permitió un largo periodo de paz para España.
El embajador francés señaló que “es más bien María Bárbara quien sucede a Isabel que Fernando sucede a Felipe”.
“El nuevo rey es muy piadoso y posee bondad, pero no tiene ninguna instrucción de los negocios… La nueva reina tiene mucha inteligencia…piensa con nobleza y habla con gracia. Es altiva y orgullosa, pero buena y caritativa…”
Alentado por Bárbara, Fernando despidió al ministro Villarias, reemplazándolo por Carvajal, y en julio de 1747 la reina viuda fue desterrada de la corte.
Durante el reinado de su esposo, Bárbara presidio magníficas fiestas y conciertos en su lugar favorito, el Palacio Real de Aranjuez. A diferencia de su predecesora, a Bárbara no le gustaba manifestar su influencia sobre su esposo. No tenía tanta ambición política como Isabel Farnesio y se centró principalmente en la relación amistosa entre España y Portugal en cooperación con su padre y el embajador portugués Belmonte.
La reina era muy respetada por los ministros, que le presentaban los documentos de estado antes de que fueran entregados al rey, porque: “solo ella sabe lo que debe decirse o ocultarse al rey”.
Como informó el embajador británico Benjamín Keene: “Ella puede influir sobre él como le plazca, con tanto poder, pero con mucha menos dificultad, como nunca lo hizo la viuda con el difunto rey, su padre”.
Bárbara de Braganza es recordada como una reina moderada en sus costumbres, mecenas y amante de las artes, así como por el sincero amor y fidelidad a su marido, el rey, y él a ella. También es recordada como bibliófila gracias a su amplia biblioteca. La Biblioteca Nacional de España guarda el índice de los libros que pertenecieron a la reina, elaborado por el librero de cámara Juan Gómez en 1749, con 572 títulos. Sus temas son variados, libros de historia, literatura, geografía, derecho y pensamiento político, aunque la mayoría son de teología y devoción.
Entre los 572 títulos (1192 volúmenes), dominaban los libros en portugués y español, pero también había ediciones en italiano, francés, alemán y latín.
Durante el reinado de Bárbara y Fernando la ópera se convirtió en la principal distracción de la Corte. Farinelli, el famoso cantante italiano, organizaba fiestas, bailes, serenatas, temporadas de ópera italiana en el Palacio de Buen Retiro y paseos en barca amenizados con música por el río Tajo en los jardines del Real Sitio de Aranjuez.
En 1751 la reina Bárbara de Braganza pidió a Farinelli organizar una fiesta por el cumpleaños de Fernando VI en el Palacio de Aranjuez. Al año siguiente, Farinelli añadió al espectáculo un paseo por el río y el canal de éste en la «Escuadra del Tajo», creada al efecto. Estaba compuesta por quince naves de recreo, entre ellas la fragata «San Fernando y Santa Bárbara», los jabeques «Orfeo» y «Tajo», y la falúa real, «decorada a la chinesca».
A bordo de ellas, además de tripulaciones, iban orquestas e cantantes que amenizaban el recorrido. Cuando caía la tarde se iluminaban los más de 20 000 faroles repartidos por los jardines, fuentes y cenadores, por la orilla del río y los puentes, luces que reflejaban en el agua. Después empezaban los fuegos artificiales, también ideados por Farinelli, y terminaba el espectáculo con una descarga de artillería desde las tres embarcaciones principales. Esta fiesta se convirtió en anual.
La reina fue indudablemente mucho más culta que su marido, contagiándole la afición por la música.
Entre las más importantes iniciativas de la reina Bárbara fue la construcción del Convento de las Salesas Reales.
Una fundación de patronato real concebida como un palacio-monasterio, diseñado por el arquitecto francés François Carlier. La reina fue consciente de que la educación recibida era una pieza fundamental para las damas de la nobleza, por lo cual, la fundación tuvo la función de institución docente femenina para las hijas de la nobleza.
Era una completa novedad porque hasta este momento los conventos fundados por las reinas españolas eran monasterios de clausura.
El terreno elegido para levantar el edificio lindaba con la puerta de Recoletos. Las Salesas se edificaron entre 1750 y 1757, bajo la dirección del arquitecto madrileño Francisco Moradillo. Al lado del convento se construyo un pequeño palacio para la reina, quien tuvo en mente la idea de vivir allí en el caso de quedarse viuda. Por otro lado, al no tener la descendencia no podía ser sepultada en El Escorial, por lo tanto la iglesia del convento era sus sitio elegido para tal propósito.
En este palacio-monasterio, decorado con todas las riquezas, y pagado con el dinero propio de la reina, ella quería emular en lujo y ostentación a otras cortes europeas como las de Francia y Austria, y tomaba como referencia el palacio-convento de Mafra.
Pero no todo era un camino de rosas, doña Bárbara estuvo siempre muy preocupada por su salud y la de su esposo. El asma que padecía le ocasionaba una gran ansiedad. El rey se preocupaba mucho por la salud de su esposa. Con motivo de una crisis padecida en 1748, Fernando VI solicitó la opinión de numerosos especialistas. Todos los médicos aconsejaban un estilo de vida más saludable, evitando los excesos en la comida, cosa nada fácil de cumplir para Bárbara.
Finalmente, tras la inauguración del convento en 1757, la reina se trasladó a Aranjuez, donde falleció tras una larga agonía la madrugada del 27 de agosto de 1758.
Al día siguiente, sus restos fueron trasladados a Madrid, al convento de las Hermanas Salesianas y allí fue enterrada. En su testamento, otorgado el 24 de marzo de 1756, dejó a su hermano, rey de Portugal, una gran fortuna, lo que en España se consideró una fuga de capital.
Su muerte provocó un estado de locura en su marido, que falleció un año después, recluyéndose en el castillo de Villaviciosa de Odón, de tal manera que se lo conoció como un año sin rey.
Los restos de Bárbara reposan en un mausoleo, encargo posterior de Carlos III a Sabatini, en el convento que ella había fundado.