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La fortaleza tenía sus orígenes en la alcazaba musulmana fundada entre 860 y 880 a modo de ciudadela de Mayrit por el emir Muhammad. Era el núcleo central de un recinto amurallado de más o menos cuatro hectáreas, que incluía, además del castillo, una mezquita y la casa del gobernador. Tenía un gran valor estratégico permitiendo la vigilancia del río Manzanares, la clave para la defensa de Toledo.
Después de la conquista de Madrid por Alfonso VI en 1083, empezaron las reconstrucciones en la ciudad, incluyendo el alcázar.
Los primeros monarcas castellanos en usar el castillo fueron Pedro I y Enrique III, quien celebro allí su boda. El hijo de Enrique III, Juan II, construyo la Capilla Real y la llamada Sala Rica.
Enrique IV de Castilla tuvo una especial predilección por el Alcázar de Madrid, pasando en el las largas temporadas.
En 1455, entre las fiestas celebradas en el Alcázar con motivo del matrimonio de Enrique IV con la infanta doña Juana de Portugal, queda constancia escrita de una fastuosa cena ofrecida por el arzobispo de Sevilla a los reyes, en la que el último servicio consistió en dos bandejas de anillos de oro con piedras preciosas para qué la reina y sus damas escogiesen las de su gusto. También aquí nació el 28 de febrero de 1462 su hija Juana “La Beltraneja” y también en él falleció el propio rey en diciembre de 1474.
En tiempos de Carlos V, el Alcázar tuvo alojado al rey de Francia, Francisco I, que había sido capturado en la batalla de Pavia en 1525.
La primera obra importante del edificio fue decidida por Carlos I, quien tuvo la intención de tener una residencia real en Madrid.
Cuando Felipe II traslado la Corte a Madrid, decidió seguir reconstruyendo el Real Alcázar, convirtiéndolo definitivamente en el palacio real. Las obras se extendieron desde 1561 hasta 1598.
Por su parte, Felipe V, criado en Versalles, promovió principalmente las reformas de los interiores, intentando acercarlos lo más posible al gusto francés. Las reformas las dirigió la propia reina María Luisa de Saboya, con la ayuda de su camarera mayor, Ana María de la Tremoille.
Pero llego la fatídica noche de 24 de diciembre de 1734 cuando se produjo el gran incendio del Real Alcázar.
Se piensa que el incendio se originó en los aposentos del retratista de Felipe V, Jean Ranc, según la versión oficial, los mozos de palacio se habían emborrachado y desatendieron a una chimenea.
El fuego fue detectado sobre las doce y cuarto de la noche. El aviso fue ignorado durante un buen rato porque las campanas del convento de San Gil que alertaron en señal de incendio se confundieron con la llamada para la Misa del Gallo. Durante cuatro días el fuego estuvo devorando los siglos de historia.
Destruyo por completo el Real Alcázar de Madrid, salvo por la Casa del Tesoro. Curiosamente, solo hubo una víctima mortal. Aunque se pudieron salvar las joyas más emblemáticas de la Corona, como la perla Peregrina y el diamante El Estanque y 1038 obras de arte, más de 500 lienzos desaparecieron en el incendio, junto con numerosos documentos pertenecientes al Archivo de las Indias, bulas pontificias y otros papeles, además de las esculturas de madera, mármol, bronce y toda la colección de música sacra de la Capilla Real.
Cuando los monjes y los centinelas consiguieron organizar un grupo de rescate, lo primero que hicieron fue despertar a los dormidos y sacarlos del palacio. A continuación, trajeron a uno de los cerrajeros reales, llamado Flores, que pudo entrar en la Capilla Real y cargo con todos los objetos de valor que pudo. A las cuatro de la mañana se derrumbaba la capilla.
Cuando el fuego se extendió hacia el Salón Grande, los improvisados bomberos arrancaron de sus marcos los lienzos situados en la parte baja de las paredes, pues no había escalera, y los arrojaron por las ventanas. Entre ellos “Las Meninas” y “Carlos V en Muhlberg”, de Tiziano. Lo hicieron entre los criados del palacio y monjes de San Gil. No se permitió entrar a nadie de la población por el miedo al pillaje.
Según el inventario sobrevivieron 1192 pinturas, y 44 lotes de mobiliario y escultura.
Llama la atención que la Familia Real no se encontraba en el Real Alcázar, celebrando la Nochebuena de 1734 en el Palacio del Pardo, y tampoco la mayoría de los cortesanos.
Esa extraña ausencia de los reyes, que normalmente celebraban los maitines de Nochebuena en la Capilla Real del Alcázar, aumento la sospecha de que el monarca ordeno no apagar el fuego o incluso que el incendio fue ordenado por el, con la intención de construir un nuevo palacio más de su gusto. De hecho, esto fue lo que hizo dentro de cuatro años, en 1738, ordenando la construcción del actual Palacio Real.
Otro momento en tener en cuenta es que Jean Ranc, en cuyos aposentos empezó el incendio murió 6 meses después sumido en una fuerte depresión. ¿Fueron los cargos de conciencia? ¿Tuvo algo que ver con el incendio del Alcazar? Es algo que quizás nunca sabremos, pero quedara la duda.
Sin embargo, hay parte del espíritu del antiguo alcázar en el Palacio Real. En el Salón del Trono se encuentran los leones de bronce dorado, que sobrevivieron el incendio, y son los mismos que se ven en el retrato de Carlos II, pintado por Juan Carreño de Miranda en 1671.