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La batalla de las Navas de Tolosa, 16 de julio de 1212

Batalla de las Navas de Tolosa, Francisco de Paula van Halen

“La batalla de Al-Iqab” o “batalla del Castigo”, según la historiografía árabe.

El lunes, 16 de julio de 1212, el ejército aliado cristiano formado por tropas castellanas de Alfonso VIII de Castilla, aragonesas de Pedro II de Aragón, navarras de Sancho VII de Navarra y voluntarios del reino de León y del reino de Portugal se enfrentó a las tropas numéricamente superiores del califa almohade Muhammad al-Nasir. Terminó con la victoria de las tropas cristianas y está considerada como una de las batallas más importantes de la Reconquista.

Fuerzas en combate: cristianos 14.000, almohades 30.000. Aunque hay opiniones que afirman la cantidad de 100.000 combatientes musulmanes (entre peones y caballeros) y  por parte cristiana unos 10.000 caballeros y cerca de 50.000 peones.

El  tamaño del ejército musulmán fue muy exagerado por las crónicas: “800 000 caballeros y peones sin cuenta”, según el arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, y las crónicas alfonsíes, 185.000, según Alfonso VIII, Al-Maqqari, por parte islámica habla de 600.000 hombres. 

Bajas: cristianos 2.000, almohades 20.000, aproximadamente.

Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo

Tras la derrota de Alarcos en 1195 y más aún después de la pérdida en septiembre de 1211 del castillo de Salvatierra, una posición avanzada de la Orden de Calatrava en territorio almohade, Alfonso VIII tuvo la idea de librar una batalla decisiva contra el emir almohade Muhammad al-Nasir. Rompió la tregua que mantenía en este momento con él, consiguió apoyo de Pedro II de Aragón y, con más dificultades, de Sancho VII de Navarra. Con la ayuda del arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, consiguió la proclamación de una cruzada por el papa Inocencio III, con lo cual se prometía el perdón de los pecados a los que lucharan en ella.

Mas sobre la heroica defensa del castillo de Salvatierra por los caballeros calatravos

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Fuerzas cristianas

Alfonso VIII de Castilla

En primer lugar, y las más numerosas, fueron las tropas castellanas al mando del rey Alfonso VIII de Castilla, junto con milicias urbanas de Burgos, Medina del Campo, Valladolid, Cuéllar, Segovia, Soria, Ávila, Arévalo, Almazán, Medinaceli, Béjar y San Esteban de Gormaz. Entre ellas destacaba la mesnada real, compuesta por la guardia personal del rey y los caballeros que formaban su séquito habitual.

Pedro II de Aragón

Las tropas de Pedro II de Aragón, entre las que se encontraban los obispos de Barcelona, Berenguer de Palou y Tarazona, García Frontin I, así como Sancho I de Cerdaña. Se calcula que aportaron entre 1300 y 1700 caballeros.

Sancho VII de Navarra

Y las tropas de Sancho VII de Navarra contaban con entre 200 y 300 caballeros.

Los reyes Alfonso IX de León y Alfonso II de Portugal rechazaron el llamamiento de Alfonso VIII y el papa por conflictos existentes con Castilla, de sus ejércitos solo participaron los caballeros voluntarios.

Las tropas de las órdenes militares de Santiago, Calatrava, Temple y Hospital de San Juan. Eran caballeros especializados en guerra que formaban parte permanente del ejército cristiano. No eran un gran número, pero cada caballero  contaba con un escudero a caballo y uno o dos peones, por lo cual un grupo de cien freires suponía un cuerpo de medio millar de efectivos en el combate. Además, su disciplina los convertía en una fuerza de elite, que normalmente se integraba en las grandes batallas en la mesnada real, que tenía como obligación constituir la guardia personal del rey y estaba formada por los nobles del séquito real.

Fuerzas musulmanas

Además de un ejército regular, se componía de tropas temporales (reclutados a la fuerza) y de voluntarios.

El ejército regular estaba formado por bereberes, almorávides, árabes (caballería ligera, especialistas en táctica de tornafuye), andalusíes, kurdos (caballería ligera de arqueros) y esclavos negros de la guardia personal del emir.

En la primera línea se situaban las tropas de elite bereberes, los “voluntarios de la fe”.

Detrás estaban arqueros, ballesteros, peones armados con jabalinas y caballería ligera. Un cuerpo fundamental era el de arqueros a caballo kurdos, conocidos como agzaz. Esta unidad de mercenarios de elite llegó a la península tras la guerra entre los almohades del Magreb con los ayubies de Egipto.

El ejército cristiano estaba citado en Toledo el 20 de mayo de 1212 y se puso en camino el 20 de junio, avanzando hacia el sur, por el camino que unía Toledo y Córdoba. En solo 20 días tomaron las fortalezas de Malagón, Calatrava, Alarcos, Piedrabuena, Benavente y Caracuel. Un gran número de cruzados (Alfonso VIII dice que unos 2000) provenientes de otros países europeos, en su mayoría franceses, vinieron atraídos por el llamamiento del papa Inocencio III. Sin embargo, la mayor parte de ellos no llegó a participar en la batalla, ya que abandonó el ejército antes. Uno de los motivos eran las medidas tomadas por el rey Alfonso VIII para evitar saqueos del conquistado el 1 de julio castillo de Calatrava. El disgusto de los cruzados europeos, que esperaban conseguir un buen botín, era tan grande que la mayoría abandonaron el ejército. Quedaron unos 150, occitanos, sobre todo, con el arzobispo de Narbona, Arnaldo Amalric, cuya archidiócesis era una importante sede vinculada a la Corona de Aragón.

Al-Nasir, según parece, no estaba dispuesto a aceptar una gran batalla y prefirió cortar el acceso al valle donde se situaba su ejército para las tropas cristianas, obligándoles a quedarse rodeados de montañas con poca capacidad de maniobra. Pero cuentan las crónicas castellanas que un pastor local, llamado Martín Halaja,  reveló a las tropas la existencia de un paso llamado Puerto del Rey para cruzar la sierra.

Los ejércitos cristianos llegaron el viernes 13 de julio de 1212 a Las Navas y acamparon en la Mesa del Rey, enfrente de sus enemigos que se situaron en el Cerro de los Olivares (cerca al actual pueblo de Santa Elena), aprovechando las ventajas de un terreno elevado. El campamento cristiano ocupó el espacio de unas 2,5 hectáreas.

En el centro de la vanguardia se situó el grupo del señor de Vizcaya Diego López II de Haro, compuesto, según las crónicas, por 500 caballeros, que incluía su mesnada señorial (su hijo Lope Díaz y otros parientes), algunos caballeros cistercienses, los occitanos al mando del arzobispo de Narbona Arnaldo Amalric, voluntarios leoneses y portugueses.

En el flanco izquierdo se posicionó el rey de Aragón, Pedro II, dividiendo su ejército en vanguardia, medianera y retaguardia, reforzado por infantería y ballesteros. Los prelados se situaron en retaguardia junto al rey, obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, y de Tarazona, García Frontin I.

Ocupando el centro del haz medianero se situaron los caballeros de las órdenes de Santiago, templarios, hospitalarios y calatravos, junto con otras mesnadas de nobles castellanos y milicias concejiles de Toledo, Valladolid, Soria, entre otras. Fue dirigido por Gonzalo Núñez, de la Casa de Lara. Entre castellanos destacados estuvo presente el portaestandarte del rey de Castilla, Álvaro Núñez.

En el flanco derecho estaba Sancho VII, el Fuerte de Navarra (llamado así por su gran estatura, en torno a los 220 cm) con don Pedro González de Medrano, los caballeros navarros y las milicias concejiles castellanas de Ávila, Segovia y Medina del Campo.

En la retaguardia se situaron los reyes. En el centro, Alfonso VIII, con los caballeros de su séquito, las tropas del arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada, y los obispos de las principales sedes castellanas.

El ejército almohade situó también  a los voluntarios en la vanguardia y con ellos formaba la caballería ligera. Tras los voluntarios se colocaron los cuerpos centrales del ejército, tanto de origen magrebí como andalusí. De hecho, las tropas andalusíes tenían una caballería similar a la cristiana.

El grueso del ejército se encontraba en una segunda línea detrás de los peones voluntarios, con la potente caballería andalusí, y la caballería ligera almohade y árabe.

En la retaguardia había otra línea del ejército regular almohade y tras él, en torno a la tienda personal del sultán, se encontraba la llamada Guardia Negra que protegía el recinto fortificado en que se encontraba la tienda del emir. La Guardia Negra era un cuerpo de elite, la guardia personal del emir.

Los cuerpos de elite en la retaguardia y el palenque de Al-Nasir estaban protegidos por filas de arqueros, lanceros y ballesteros.

“¡Santiago y cierra, España!”

Grabado del siglo XIX de la batalla

El lunes 16 de julio, el ejército de los tres reyes ataca a las fuerzas almohades.

Tras la primera carga de las tropas cristianas bajo el mando de don Diego López II de Haro, que hicieron huir a la vanguardia de voluntarios musulmanes, los almohades intentan realizar su famosa táctica de tornafuye. Su caballería ligera simula la retirada para contraatacar luego. A la vez, desde los flancos de la caballería ligera equipada con arcos, tratan de dañar y desgastar a los atacantes para que las tropas centrales envuelvan el ejército cristiano gracias a su mayor cantidad.

Sin embargo, para evitar ser rodeados, Diego López II de Haro ordenó mantener una línea de frente sin adentrarse demasiado  en el ejército enemigo.

Alfonso VIII ordena hacer todo para rechazar los avances por los flancos del enemigo y entonces entra en juego la caballería cristiana, consiguiendo detener a los musulmanes en los flancos.

Ya entrada la tarde, Alfonso VIII ordeno el avance en bloque de toda la retaguardia cristiana, poniendo en combate la mejor parte de sus tropas en un esfuerzo de avance intenso que hizo ceder las líneas islámicas hasta obligarles a la retirada, llegando los cristianos hasta el real de Al-Nasir, quien tuvo que huir precipitadamente. Según el libro de Ibn Abi Zar, “Rawd al-Qirtas”, “Al-Nasir seguía sentado sobre su escudo delante de su tienda y decía “Dios dijo la verdad y el demonio mintió”, sin moverse de su sitio, hasta que llegaron los cristianos junto a él. Murieron a su alrededor más de diez mil de los que formaban su guardia; entonces un árabe, montado en una yegua, llegose a él y le dijo: “¿Hasta cuándo vas a seguir sentado? ¡Oh, Principe de los Creyentes! Se ha realizado el juicio de Dios, se ha cumplido su voluntad y han perdido los musulmanes”.

Tras la retirada almohade, el ejército cristiano les persiguió hasta la caída del sol por el espacio de unos 20-25 km. Según escribía Alfonso VIII al papa Inocencio III, “matamos más durante la persecución que durante la batalla”.

Esta batalla  dio impulso a las conquistas cristianas posteriores. Además, como consecuencia inmediata, los cristianos obtuvieron el control de algunos pasos de Sierra Morena. La fortaleza de Calatrava la Nueva fue construida por los caballeros de la Orden de Calatrava utilizando prisioneros musulmanes de la batalla de Las Navas de Tolosa.

Se desconocen las causas exactas de la derrota de los almohades, pero parece evidente que la técnica de la retirada fingida no funcionó y las alas del ejército musulmán no consiguieron flanquear y envolver  a las tropas cristianas.

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